Hoy ha sido un glorioso día fisikucho.
Pasaban unos minutos de las 1200, hora local, despejado, sin viento, la calma que precede a la tempestad que, a un reducido pero irreducible grupo de físicos (solo dos Fisikuchos de renombre, a saber, Macetash y un servidor), se nos venia encima.
Dirigiéndonos entre risas, para disimular el miedo, a la facultad (solo de recordarlo me entran escalofrios) de matemáticas. Nuestro destino, una de las frías aulas de la primera planta, el objetivo, Maxwell y sus secuaces, aparecidos en forma de ondas milimétricas.
Cual sería nuestra sorpresa al llegar a la clase y encontrarla infectada de novatos matemáticos, ¡Vive Dios que hacemos hoy, en este lugar, en este momento nuestro examen! gritábamos enfurecidos a los infieles que ocupaban nuestro lugar de tormento, pues, por mucho miedo que tuviéramos a los folios con terribles y amargas preguntas que nos esperaban de la mano de nuestro profesor, no íbamos a ceder ni media landa.
Adentrose nuestro mentor en el aula, exploró el campo de batalla y profiriendo amenazas como: Pi es exactamente tres, e² es del orden de diez, metemos la derivada bajo el signo de integral y otras del mismo calibre, reclamó el aula. Los matemáticos, rendidos, abandonaron el aula, cabizbajos y con la vana esperanza de venganza en algún futuro incierto.
Nos sentíamos felices, eufóricos por echar a los matemáticos de su feudo, pensando que podríamos aprobar cualquier examen, pero nada dura eternamente...
Dos horas después nadie se atrevería a decir que un examen había tenido lugar. Nadie quedaba para defender nuestra plaza, nadie para defender nuestro honor.
¿Tan desastroso fue el resultado?
ResponderEliminarPudo ser peor... ya veremos cuando salga la lista de caídos en combate.
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